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Información publicada el jueves, 16 de enero de 2003. Administrador

Los Siete Infantes de Lara (Romance 1º)

Anónimo

Síguese la historia de los Siete Infantes de Lara, de cómo fueron traicionados y muertos por su tío Rodrigo Velázquez ,en los tiempos en que el conde Garci Fernández veía a Castilla amenazada por las vencedoras campañas del moro Almanzor; y cuenta también cómo la muerte de los infantes fue después vengada por Mudarra González. Es una historia lastimera. De un pequeño agravio se levanta gran discordia, mortal enemiga y una fiera venganza; la venganza alimenta largos odios que envejecen en el corazón; los odios viejos engendran nueva vida, y la nueva generación crece para el odio y para la venganza.


Primer Romance

Cuenta las bodas de doña Lambra de Bureba,
y cómo, durante las fiestas, empezó gran
enemistad en la familia de los de Lara


Ya se salen de Castilla
castellanos con gran saña,
van a combatir los muros
de la vieja Calatrava;
derribaron tres pedazos
por partes de Guadiana;
por uno entran los cristianos,
por dos los moros escapan,
maldiciendo de Mahoma
y de su secta malvada,
por unas sierras arriba
grandes alaridos daban.

¡Ay Dios, qué buen caballero
fue allí Rodrigo de Lara,
que mató cinco mil moros
con trescientos que llevaba!
Si aquéste muriera entonces,
¡qué gran fama que dejara!
No matara a sus sobrinos,
los siete infantes de Lara,
ni vendiera sus cabezas
al moro que las llevaba.

¡Bien peleó en aquel día
Ruy Velázquez el de Lara,
ganó un escaño de oro
con rica tienda de Arabia;
al conde Garci Fernández
se la envía presentada,
que le trate casamiento
con la linda doña Lambra.

Ya se conciertan las bodas,
¡ay Dios, en hora menguada!,
doña Lambra de Bureba
con don Rodrigo de Lara.
Las bodas fueron en Burgos,
las tornabodas en Salas;
en bodas y tornabodas
pasaron siete semanas:
las bodas fueron muy buenas,
mas las tornabodas malas.
Ya convidan por Castilla,
por León y por Navarra;
tantas vienen de las gentes,
no caben en las posadas;
y aún faltaban por venir
los siete infantes de Lara.

¡Helos, helos por do vienen,
por aquella vega llana!
Sálelos a recibir
la su madre doña Sancha;
ellos le besan las manos,
ella a ellos en la cara:
—¡Huelgo de veros a todos,
que ninguno no faltaba,
y más a vos, Gonzalvico,
prenda que yo más amaba!
Tornad a cabalgar, hijos,
y tomedes vuestras armas,
allá iredes a posar
al barrio de Cantarranas.
Por Dios os ruego, mis hijos,
no salgades a las plazas,
porque las gentes son muchas,
trábanse malas palabras.

Ya cabalgan los infantes
y se van a sus posadas;
hallaron las mesas puestas,
mucha vianda aparejada;
después que hubieron comido,
siéntanse a jugar las tablas.

En el arenal del río,
esa linda doña Lambra,
con muy grande fantasía,
altos tablados armara;
tiran unos, tiran otros,
ninguno bien bohordaba.
Allí salió un hijodalgo
de Bureba la preciada;
caballero en un caballo
y en la su mano una vara
arremete su caballo,
al tablado la tirara,
voceando: —¡Amad, señoras
cada cual como es amada!,
que más vale un caballero
de Bureba la preciada,
que no siete ni setenta
de los de la flor de Lara.

Doña Lambra que lo oyera,
en mucho se holgara:
¡oh, maldita sea la dama
que su cuerpo te negara;
si yo casada no fuera,
el mío te lo entregaba!

Oidolo ha doña Sancha,
responde muy apenada:
—Calléis, Alambra, calléis,
no digáis tales palabras,
porque aun hoy os desposaron
con don Rodrigo de Lara.
—Más calléis vos, doña Sancha,
que tenéis por qué callar,
que paristeis siete hijos
como puerca en cenagal.

Todo lo oye un caballero
que a los infantes criara;
llorando de los sus ojos,
con angustia y mortal rabia
se fue para los palacios
do los infantes estaban;
unos juegan a los dados,
otros juegan a las tablas.
Aparte está Gonzalvico,
de pechos a una baranda:
—¿Cómo venís triste, ayo?
Decid, ¿quién os enojara?
Tanto le rogó Gonzalo,
que el ayo se lo contara.
—Mas mucho os ruego, mi hijo,
que no salgáis a la plaza.
No lo quiso hacer Gonzalo,
mas su caballo demanda;
llega a la plaza al galope,
pedido había una vara,
y vido estar el tablado
que nadie lo derribara;
alzóse en las estriberas,
con él en el suelo daba.
Desque lo hubo derribado,
desta manera hablara:
—Amad, amad, damas ruines,
cada cual como es amada,
que más vale un caballero
de los de la flor de Lara,
que cuarenta ni cincuenta
de Bureba la preciada.


Doña Lambra, que esto oyera,
bajóse muy enojada,
sin esperar a los suyos
se saliera de la plaza;
fuése para los palacios
donde don Rodrigo estaba;
en entrando por las puertas
a voces se querellaba:
—Quéjome a vos, don Rodrigo,
viuda me puedo llamar!
¡Mal me quieren en Castilla
los que me habían de guardar!
Los hijos de doña Sancha
mal abaldonado me han:
que me cortarían las faldas
por vergonzoso lugar,
me ponían rueca en cinta
y me la harían hilar,
y cebarían sus halcones
dentro de mi palomar.
Si desto no me vengáis,
yo mora me iré a tomar,
y a ese buen rey Almanzor
tengo de irme a querellar.
—Calledes, la mi señora,
vos no digades atal.
De los infantes de Lara
bien os pienso de vengar;
tela les tengo ya urdida,
presto se la he de tramar;
nacidos y por nacer
dello por siempre hablarán.


Bien urdió Ruy Velázquez de Lara gran traición contra todos sus parientes, y la tramó con falsedad y mentira. Envió a su cuñado don Gonzalo Gustios, padre de los siete infantes, a Córdoba con una carta engañosa escrita en arábigo, para que allá Almanzor lo hiciese morir, y para que enviase su capitán Alicante, con gran hueste, al campo de Almenar, donde llevará Ruy Velázquez a los siete infantes a fin de que sean muertos por los moros.

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