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Información publicada el jueves, 12 de septiembre de 2002. Administrador

Patrimonio rural

Fermín González López

FOTOEste texto es un resumen del Curso de Verano de la Universidad de Burgos impartido por Fermín González López, cura rural de las localidades de Puentedura, Tordueles y Ura, y miembro del Equipo Técnico de la Comisión de Obras del Arzobispado de Burgos.

> La realidad de nuestros pueblos es la expresión de la vida, la cultura, el devenir de los siglos, … una página extendida de nuestra historia a un solo golpe de vista. Y nos lo estamos cargando.

Debo partir de una afirmación tajante y clara respecto a las intervenciones que se están llevando a cabo en la arquitectura popular rural, incluso en la arquitectura monumental y lo hago extensible a los cascos urbanos, configuración, etc. Hemos sufrido la invasión del hormigón y el cemento como remedio rápido, urgente, irremediable al deterioro imparable de nuestra cultura rural. En los últimos quince años hemos pasado de una imagen bucólica, medieval, rural o verde a las mezclas más caprichosas y esperpénticas que abofetean nuestros pueblos. Parece evidente la contradicción en la que nos movemos: Desde todos los foros de la política y desde las diferentes administraciones se está vendiendo la imagen virtual del turismo rural; cuando sea realmente real la sorpresa será incalculable ante la mutación que se está produciendo en el producto primario de ese turismo. Estamos arruinando el objeto de deseo del turismo de interior. No quiero entrar en las causas políticas, pero comprenderán que son varias e igualmente varios los responsables del presente desmán.

Salvo algún núcleo que podría definirse como experimental, no se está rehabilitando el patrimonio rural. Es evidente que se están rehabilitando algunos edificios, pero se cuida tan poco el área visual inmediato que el efecto logrado es decepcionante.

Quizás es un planteamiento excesivo, pero deberían condicionarse las ayudas a la rehabilitación del patrimonio a un cuidado exquisito del resto del entorno en que se ubican esos edificios.

El descuido de los alrededores es salvajemente tercermundista con claros signos de deshumanización acelerada.

Los materiales tradicionales se están revelando como los más ecológicos, sanos y durables frente a los modernos. La diferencia está entre la rapidez de la inmediatez y la serenidad disfrutada de lo que se hace con la sabiduría de la experiencia contrastada en el tiempo.

No es posible una intervención en el espacio rural sin tener en cuenta su realidad temporal intrínsecamente ligada a su realidad existencial.

¿Qué hacer?
Desde hace más de diez años, dos personas en Burgos (a lo largo y ancho de la provincia y pateando todos los pueblos y todos los tejados) dos personas se destacaron por su interés en encontrar una solución adecuada a los graves problemas que presentaban tanto las estructuras de las cubiertas como, más directamente, su rehabilitación o conservación.

A nadie de ustedes se les escapa la evolución que en estos últimos años se ha vivido, se está viviendo hoy día, en lo que respecta al cuidado y a la forma de mirar los edificios que solemos llamar “históricos”, “nobles” o “singulares”.

Aún cuando pareciera una obviedad, que lo es a poca atención que se preste a estos inmuebles, la evolución antinatural de estos edificios a lo largo de su azarosa y muchas veces maltratada realidad es un exponente irrefutable del nulo interés, respeto o consideración que históricamente hemos tenido por estos ejemplares únicos e irrepetibles.

Es posible que esa realidad objetivable nos acerque a una filosofía que aún hoy aletea sobre ellos: “Las cosas valen en cuanto nos sirven para lo que pretendemos”. Reconozco que es una tesis arriesgada e incluso insolente pero no me resisto a exponerla porque presupongo que es común (debería decir ha sido común) a la mayoría de personas, grupos, entidades o instituciones que han tenido alguna relación con estas piezas.

Unicamente los edificios que no han sido útiles, los que han dejado de cumplir una función diaria, los que se han abandonado junto al resto de las otras edificaciones, se han librado de intervenciones que han desfigurado descaradamente su integridad.

No hago distinciones en esta afirmación entre edificios religiosos, civiles o particulares; nobles o populares.

Hemos perdido buena parte de nuestro patrimonio en aras de un supuesto desarrollo, adaptación a los tiempos nuevos, a la necesidad inmediata, o al capricho económico y singularizador de los poderosos de cada época.

No se puede ignorar que esa actitud desalmada con los edificios recibidos y sus valores arquitectónicos o de estilo, podemos conocer, contemplar y disfrutar de otros edificios híbridos y atemporales que también tienen su gracia, su historia y su valor (tanto estético como artístico o arquitectónico).

Quizás es mucho pedir a quienes promueven y asesoran sobre la rehabilitación de dichos edificios un respeto exquisito a los proyectos originales de quienes los idearon. Es posible que en ocasiones sea imposible tal intervención. Aún más: todos debemos mirar lo que hacemos y cómo y por qué lo hacemos; pero debo, tras reconocer los errores que este Servicio Técnico de Obras ha cometido a lo largo de su existencia, debo insistir en la ineficacia de la mayoría de los proyectos de rehabilitación visados tanto en los colegios de Arquitectos o Aparejadores como de ingenieros.

Me atrevo a sugerir que tras la liberalización producida en estos Colegios, un paso más debería ser la de coordinar el respeto al edificio. Y asumo que es la Junta de Castilla y León la garante actual de dicho patrimonio, pero puesto que casi ningún edificio de estos pasa por la Comisión de Patrimonio antes de las intervenciones, alguien más debería cuidar de ellos.

Y centrémonos en lo que es habitualmente es nuestro trabajo y aportación al cuidado y rehabilitación de los edificios religiosos de la Diócesis de Burgos; que más o menos coincide con los términos geográficos de la provincia salvo, en ocasiones, el Condado de Treviño y el Valle de Mena que corresponden, respectivamente, a las Diócesis de Vitoria y Santander.

Decía que fue gracias a la dedicación y entusiasmo de Víctor Ochotorena y Benito Fernández, como comenzó el trabajo en el que vengo trabajando, junto a Víctor Ochotorena Gómez, con el que formo el Equipo Técnico de la Comisión de Obras del Arzobispado, desde hace ocho años.

El primer plano que cayó en mis manos sobre una estructura de cubierta de madera para una torre-campanario de una iglesia, concretamente de la de Cebrecos, procedía de la mano del Aparejador Diocesano mencionado, D. Víctor.

Como párroco de la citada localidad debía llevar a cabo la recuperación del edificio y habíamos presentado un apunte de trabajo a base de viguetas castilla, vobedilla y cemento. En aquel entonces la idea que tenía yo de un proyecto o una memoria era, simplemente, ridículo; como la mayoría de los párrocos o de la gente de los pueblos en los que vivimos. Nadie nos había acercado la realidad física necesaria en esas intervenciones. Se nos habló del templo como casa de Dios, pero nunca de la realidad material que necesitaba un mantenimiento y unos cuidados técnico y no piadosos.

Tampoco tenía yo necesidad de ello, ya que ignoraba tales términos. Aún hoy es una carencia de una buena parte del clero burgalés. Pudiera admitirse esta carencia si existiese un respeto hacia los profesionales de la edificación, pero aún hoy nos sorprendemos con la opinión (economicista evidentemente) de muchos que se fían más del albañil del pueblo que de un profesional de la rehabilitación o de nosotros mismos.

Llevamos varios años intentando que las obras que se realizan en estos edificios sean legales (lo que deja entrever que muchas de ellas son ilegales) : que se presenten proyectos visados, que se cuiden las medidas de seguridad, el respeto a la identidad del edificio, los permisos pertinentes, etc.

En multitud de ocasiones hemos facilitado los planos de las estructuras a diferentes arquitectos o aparejadores para que ellos lo cotejasen, redibujaran e incluyeran en su proyecto para ser visado.

Digámoslo todo: En ocasiones nos saltamos este paso para ejecutar la estructura que pensamos corresponde a la realidad y necesidad del edificio aún sin contar con el Arquitecto director. Y es cierto que la mayoría sabe que estas estructuras funcionan bien, pero no es el camino correcto. Le estudio, le reestudio, le redibujo para comprenderlo mejor. Y me decido a trabajarlo. Ahora trabajo con una motosierra, pero entonces, aún teniéndola para hacer leña, era incapaz de cortar una tabla derecha.

Me acerco a la sierra para pedir la madera necesaria de acuerdo a los planos recibidos: cada pieza con sus dimensiones concretas y la cantidad de cada una de ellas. Recuerdo que las más largas eran de abeto (con su singular olor al cortarlas o trabajarlas). Me parecieron tan perfectos los dibujos ejecutados en el plano por Víctor y que habían de ejecutarse en cada una de las piezas que conformarían la estructura de la cubierta que decidí alquilar un taller de madera para utilizar sus mesas y máquinas para realizar los diferentes cortes y encajes. Así que, ni corto ni perezoso, me llevé la madera en un camión desde la sierra al taller del bueno de Castor en Salas de los Infantes.

Allí, entre los dos, buscamos la mejor manera de colocar las piezas de madera para realizar los diferentes cortes. Algunas no había manera de adecuarlas en sus máquinas, o no podíamos con ellas por tener más de seis metros de largo. Al final de la mañana teníamos preparados los cuadrales, aguilones y estribos; y en parte de la tarde lo dejamos todo lo demás preparado; todo salvo la cabeza de las limas. Estas llevan dos cortes que van a encajar entre sí y con el extremo de la cumbre. Era incapaz de ver esa postura.

Tuvo que venir Víctor, ya en Cebrecos, al pié de la torre, para concretar el corte. Y poder ver hecha realidad la cubierta de lo que era un montón de piezas como de un puzle sin saber muy bien cuál sería el resultado final.

De esa aventura viene el que ahora me encuentre al frente de este Servicio Técnico de Obras junto a Víctor y que llevemos ejecutas más de doscientas sesenta estructuras de cubiertas por toda la provincia. Se dice pronto, pero son ocho años prácticamente ininterrumpidos ejecutando estas estructuras con la prestación personal, como siempre se ha venido haciendo, de las gentes de cada pueblo o parroquia. Que es otro de los elementos tradicionales que estamos ignorando en el cuidado de nuestros pueblos y una de las mejores maneras de acercar a los habitantes del mundo rural la propiedad y cariño sobre y por sus edificios.

El sistema que utilizamos en la rehabilitación de las cubiertas es conocido como la carpintería de armar. O arquitectura de lo blanco. Armaduras, que si se adornan se pueden convierten en complejas lacerías. El libro de Enrique Nuere, “La carpintería de armar española” reeditado en el 2000 por el Instituto español de arquitectura y la Universidad de Alcalá, es junto con el de “Ars Lignea” del Gobierno Vasco sobre las Iglesias de madera, son los dos textos más explícitos y completos sobre el tema.
Es cierto que sobre tramados de madera hay muchas muestras y variadas en la colección Arquitectura Popular Española de Carlos Flores en Aguilar. Y diversos estudios referente a temas concretos de estos trabajos.

Únicamente quisiera transmitir la necesidad de tomar conciencia de que el entorno en que nos encontramos es un libro de nuestra historia, cultura, sabiduría, etc y que o lo estudiamos y cuidamos o nos salimos irremediablemente de nuestra historia; Huérfanos en un mundo desierto y carente del alma de quienes antes que nosotros, y con más sentido común ocuparon estas tierras, sufrieron y gozaron en ellas.

SERVICIO TECNICO DE OBRAS
Martínez del Campo, 7
09003 – BURGOS

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