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Ahora que el invierno se nos va echando encima reconforta pensar en la más amable temperatura del final del verano, tiempo de celebración en todo el valle del Arlanza, con romerías y fiestas patronales que se suceden hasta entrado el otoño. Desde las Mamblas se divisa a lo lejos el valle abierto por el río. A los sabinares, aclimatados al pedregoso terreno de estos montes y reconquistadores de las fincas abandonadas, parecen no afectarles las plantaciones de pinos que rodean los altos de femeninos perfiles. En la zona baja, a medida que el Arlanza suaviza el terreno, el monte va dejando paso a tierras de labor. También en el color se refleja este entorno tan diverso: el verde oscuro y perenne de los arbustos de las partes altas contrasta con las tonalidades cambiantes, según la estación, de los valles. Hasta la ermita de Mamblas acuden el ocho de septiembre a venerar a la Virgen racheles, guiletos, jamoyeros e, incluso, hasta zorros, pues así se llama, respectivamente a los naturales de Covarrubias, Mecerreyes, Mambrillas de Lara y Cuevas de San Clemente, poblaciones todas que rodean esta sierra. Justo al domingo siguiente de Mamblas, en las tierras bajas de Redonda, no lejos del río, vuelven a congregarse para rezar a la Virgen los racheles, pero esta vez solos o, si acaso, en companía de algún natural de Retuerta y Puentedura, bañadas por el Arlanza, o de Castro y Ura, asentadas junto al Mataviejas. Aquí el paisaje no lo define tanto el monte, sino, más bien, los planteles, nogales, chopos, almendros y cerezos: signos de la civilizada mano del hombre. No es de extrañar, por tanto, que en un lugar de tantas resonancias religiosas, decantación de otras creencias más antiguas, haya sido bien acogido el proyecto de erigir una ermita a San Olaf, patrón de tierras septentrionales. Cuentan las crónicas que ése fue el deseo incumplido de Cristina, princesa noruega, prometida en nupcias a un infante castellano allá por los albores del anterior milenio. No es difícil conjeturar que el rey Haakon, padre de la noble dama, imaginara un destino bien distinto para ella y para la alianza real y política que perseguía a través de su matrimonio. El pronto fallecimiento de la joven dio al traste con los planes previstos. Durante casi diez siglos este hecho histórico permaneció olvidado, hasta que el descubrimiento de su tumba en el claustro de la colegiata de Covarrubias lo desempolvó y rescató del pasado. Las autoridades de la villa rachela, con un alcalde tan entusiasta como Miguel Ortíz a la cabeza, han sabido enfocar este asunto, evitando el folclorismo superficial, tan frecuente en los hermanamientos entre localidades de distintos países, para crear un proyecto de indudable calado. En el Valle de los Lobos, nombre sugerente donde los haya, tienen una excelente oportunidad los jóvenes aspirantes a arquitecto de las universidades de Valladolid y Oslo de llevar a la práctica lo expresado por ese maestro de la arquitectura que es el portugués Álvaro Siza: “conseguir un equilibrio entre la singularidad y la necesidad de adecuar el edificio en un contexto determinado”. Es de esperar que no sea el único ejemplo de proyectos conjuntos. A finales de julio pasado se trasladó a Noruega una representación del ayuntamiento rachel para intentar “crear lazos”, ya que en eso consiste la amistad, según cuenta Saint-Exupery en El Principito. A nadie que acuda a aquel país le puede pasar desapercibido, además de otros detalles, el cuidado de la naturaleza o la planificación y limpieza de sus ciudades. No vendría nada mal tomar nota de lo allí observado para, respetando las características propias del lugar y de los tiempos actuales, aplicarlo a las nuevas urbanizaciones que se proyectan en el extrarradio de una localidad tan singular. Con ello se prolongaría a las afueras el buen gusto heredado de los antepasados. Además de proyectos estrictamente locales, el lazo histórico que vincula a esta localidad burgalesa con el citado país nórdico debería ser aprovechado para planes más amplios. Dos son, sin descartar otros, los aspectos que debieran tener en cuenta nuestros responsables políticos provinciales y regionales: por un lado, convertir a Burgos en punto de necesaria referencia para los nórdicos que deseen aprender el español, aprovechando la creación del Instituto de la Lengua, y, por otro, ofrecerles, a través de nuestros paisajes, ciudades y costumbres, una visión de España más ajustada que la que obtienen a través de sus estancias turísticas en zonas que brindan una imagen más bien tópica y, por ello, inexacta del carácter y cultura de nuestro país. Objetivos como los expuestos, que aúnan ocio y negocio, figuran cada vez más entre las recomendaciones que hacen los que entienden de estos asuntos para atraer un turismo de calidad, más estable y provechoso para los lugares por los que pasa. Y mientras se bosqueja la ermita dedicada al santo escandinavo, no convendría olvidar el estado ruinoso de la erigida a San Pelayo, riscos arriba del monasterio de San Pedro de Arlanza. ¿No sería posible conjugar la nueva edificación con la restauración de lugares tan significativos como el templo antes citado o el de Villamorón, en los campos de Amaya, llenos de encanto y ecos históricos, claramente perceptibles para quien los contemple con un mínimo de sensibilidad y conocimiento?
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06 de noviembre de 2024