Recuerdan los mayores del pueblo, que hubo un maestro en la escuela que estaba obsesionado por encontrar el movimiento contínuo.
A fin de lograrlo, había dedicado una habitación de su casa a este menester.
Tenía colgada del techo una gran bola que hacía pendular, con el objetivo de que no se parase nunca.
No debió lograrlo.
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